Has visto como después de la tormenta siempre sale
el sol y tras de él un arco iris en todo
su esplendor, con colores llenos de alegría y vitalidad; que se diluyen hasta
llegar al punto de desaparecer; de esta misma forma hay momentos en nuestra
vida que se ven oscuros y no le encuentras una salida a simple vista.
Muchas veces creemos que esa salida está cerrada con un candado muy grande y que la llave que lo abre esta perdida en medio de muchas incertidumbres, sentir que se toca fondo y los problemas cada vez son más grandes; ese es nuestro más grande error el “creer” que no hay solución, una respuesta u otra opción.
“Dios aprieta, pero no ahorca” es una frase muy cierta; siempre va a ver una luz después que todo estas en penumbras. Depende exclusivamente de nosotros seguirla y ver su esplendor a lo largo de un camino entre grises y negros; para llegar a ese amarillo que ilumina y nos llena de paz, muchas veces pensamos que ese tinte nos oculta la verdadera respuesta; el tiempo es el indicado para mostrarnos el premio a la dedicación y esfuerzo que le ponemos a las actividades que hacemos a diario.
Me gustan los verdes que reflejan la verdadera
pureza de las personas, el violeta de las oportunidades que la vida nos brinda,
el naranja que nos da su calidez como aquel abrazo de tu mamá que llega en el
instante cuando más lo necesitas; la fidelidad, armonía y libertad que te
ofrece los azules y el rojo que
desencadena la pasión y lujuria que todos tenemos. Sea cual sea la gama de
colores que la vida nos muestre, cada uno nos revelará su significado y valor;
por eso prefiero una paleta extensa que una vida monocromática y plana.